2010-06-28

La maldición de las tres cajas.

A veces un cúmulo de circunstancias hace que uno se salga de sus casillas. La situación que os cuento a continuación sucedió hoy a la tarde en un supermercado de Eroski City. Me acerqué a él con la única finalidad de comprar algo para matar el gusanillo: una Coca Cola y un revuelto de frutos secos Facundo. Me sitúo en la cola de la Caja 1, la única abierta, y espero, espero, espero. La cola cada vez se hace más grande tras de mí y la cajera decide llamar por megafonía para que le echen un cable. Se abre la Caja 2 y la gente se distribuye, algunos se quedan en la caja que estaban y otros se van a la recién abierta. Yo me detengo a pensar un instante valorando la mercancía que tengo delante para ver si me compensa cambiarme o quedarme. En esto que oigo una voz alta y grave por detrás de mí: "¡A ver, te decides o que!". Era un hombre muy alto, corpulento, con papada y que sólo llevaba un par de cosas en la mano. "Me voy a cambiar de caja aunque sólo sea por no aguantarlo", pensé.

Ahora me encontraba en la Caja 2 esperando y viendo como las dos colas avanzaban más o menos al mismo tiempo. Al llegar al cliente inmediatamente anterior a mí la caja se detuvo un buen rato. Era una mujer mayor que tenía un problema con unos melocotones. Una cajera llamó a otra y ésta a su vez a otra más, que entiendo debía ser la frutera. Parecía que había un error en el etiquetado de la fruta y tenían que pasar la compra de nuevo. "Vaya suerte la mía". Con motivo de este incidente las colas de las dos cajas se hicieron cada vez más y más largas y decidieron abrir la tercera caja. Llamaron por megafonía a la otra empleada que nos indicó que pasáramos por la siguiente caja.

Ya me estaba empezando a enfadar por tanto cambio de caja y más cuando la cajera lo dejó bien claro: "pasad por orden por esta caja" y cada uno se pone como le da la gana en la nueva cola: yo debería ser el primero y alguien se coló y ahora era segundo. Vaya tocadura de huevos. Esperando me puse a ver para la Caja 1 y vi que del hombre desagradable y de voz grave ya no había ni rastro. Vuelvo la vista al frente y veo que una mujer de unos cuarenta y tantos muy morena, y dicho sea también de paso, fea de cojones (por sí está leyendo esto) se me coló con todo el puto morro del mundo con su bolsa de cebollas. Se me empezó a acelerar el ritmo y empezaba a no ser dueño de mi. Estuve a punto de decirle algo pero ... un dos tres, yo me calmaré... no abrí la boca porque igual le soltaba algo desagradable. Analicé su perfil con cara de mala hostia y no le quité la vista de la cara (estaba de medio lado). Era de ese tipo de personas que como sólo compran una cosa y tienen prisa se cuelan (a veces sin pedir permiso, como era el caso) porque creen que tienen más derecho que tú que llevas más carga (en este caso, mi caso, sólo dos cutres cosas).

Puso sus cebollas, la cinta (que debe tener sólo un metro) avanzó hasta que se paró. En el final puse mi escasa compra y seguí mirándola mientras me acordaba de toda su familia. Pues no te toca los cojones, que mientras esperaba a que pagara las cebollas viene otra mujer de cuarenta y tantos, rubia y maquillada a lo Carmen de Mairena y pone su único objeto de compra, unos plátanos, sobre mi bolsa de revuelto Facundo. Ah no, esto si que ya era pasarse, por ahí ya no paso. Si te pesa en los brazos medio kilo de plátanos te jodes y esperas. Dejé que avanzara la cinta hasta que se paró, cogí los plátanos con fuerza, decisión y abarcándolos con toda la mano, di un paso atrás y los puse con un sonoro golpe en el final de la cinta. Bien claro y sin disimulos, que se vierami intención. Pagué, indiqué que no necesitaba bolsa y me fui. Como observación tengo que decir que la expresión de cerdo que tenía esta Mairena de la vida no le cambió demasiado. Tal vez porque ni cabreada se puede ser más fea (por si me está leyendo).